Virginia
BERSABÉ

Entrevistas
El Color del Olvido
Cuando te citan en un estudio de pintor o pintora llevas preconcebida la idea de encontrarte un espacio detalladamente desordenado. Lienzos repartidos por toda la estancia, un collage de manchas de pintura en el suelo y miles de pinceles machacados por trabajo diario. Pero al entrar al estudio de Virginia Bersabé uno se da cuenta que hay algo diferente en ella. Su estudio en Écija es ordenado, espacioso, rodeado de naturaleza. En la puerta, el perro de la familia descansando, fuera, un gallo que canta con el horario cambiado. Dentro, una artista que no llega a los 30 y que nos recibe con una sonrisa que nos adelanta que vamos a disfrutar de esta entrevista.
Nos encontramos a Virginia Bersabé trabajando. Un cuadro enorme. Una mujer mayor, con el rostro difuminado y que podría ser nuestra madre o abuela. Ella lo deja todo, no sin antes dejar el pincel cuidadosamente donde corresponde.
Nos encontramos a Virginia Bersabé trabajando. Un cuadro enorme. Una mujer mayor, con el rostro difuminado y que podría ser nuestra madre o abuela. Ella lo deja todo, no sin antes dejar el pincel cuidadosamente donde corresponde.
 
Estamos en el estudio de una gran artista y una encantadora mujer.
 
Ahora Magazine: Virginia, con lo joven que eres, seguro que me cuentas una bonita historia de tu niñez, de cómo comenzaste en la pintura… ?
 
Virginia Bersabé: ¡Pues sí! (risas) Todo comenzó cuando tenía 6 años… a mi madre la llaman del colegio para decirle que yo había ganado un concurso de pintura. Mi madre no se lo creía, les llegó a decir que no podía ser “si mi niña calca!”. Cuando comprobó que era cierto, ella misma empezó a vigilarme en casa un poco y vio que sí, que no me despegaba ni de los colores, ni de los papeles. Vamos, no salía a la calle ni para jugar, todo el día coloreando. Ya cuando cumplí los 8 años, mi madre me apuntó en el taller de Mari Carmen Navarro. Y con ella estuve aprendiendo hasta el bachillerato.
 
AM: No nos esperábamos menos. La siguiente pregunta es obligada después de esa historia ¿Desde el principio lo tenías muy claro?
 
VB: Sí, desde que recuerdo, sí. Siempre que salía la pregunta “¿Qué quieres ser de mayor?”, yo siempre contestaba lo mismo: “voy a estudiar Bellas Artes”.
 
AM: Y lo consigues. Llegas a Sevilla…
 
VB: Sí, me voy a la Facultad de Bellas Artes de Sevilla y hago doble especialidad, Pintura y Escultura. Pero esta última no la termino. Empezó todo a ir demasiado deprisa y al final solo me quedé con la pintura.
 
AM: Sevilla es cuna de grandes artistas, escuelas, talleres… ¿Llegas a la capital y comienzas a moverte y a investigar, o fuiste ratón de biblioteca y de facultad?
 
VB: Prácticamente, desde que entro en primero, tengo un pie dentro y otro fuera de la Universidad. Empiezo a ver qué se mueve en la ciudad, conocer artistas, galerías. Pero fue algo más por curiosidad que por otra cosa. Me iba a dedicar al arte y quería saber qué se movía en lo que iba a ser mi mundo.
 
AM: La investigación está ligada siempre a los artistas, en la pintura no es menos. Tú has sido y eres una gran investigadora. Tenías claro que debías seguir formándote académicamente, incluso compaginando los propios estudios en la facultad.
 
VB: Sí, pronto comencé a compaginar cursos con mis clases. Primero el Master de Arte; luego, con la intención de quedarme en la facultad, empecé de alumna interna y comenzaron a llegar becas de colaboración. Pero todo cambió cuando llegó la Fundación Antonio Gala.
 
AM: ¿Ese fue el verdadero punto de inflexión de tu carrera?
 
VB: Desde luego. Presenté mi candidatura tres veces hasta que me aceptaron. En ese momento tuve que decidir, porque en la Facultad me ofrecieron una plaza y dije que no. No me veía con 24 años echando raíces en Sevilla para toda la vida. Yo estaba trabajando mucho para dedicar mi vida a la pintura, y me tiré al pozo.
 
AM: ¿Cómo fue la experiencia en la Fundación Antonio Gala?
 
VB: Maravillosa. Fueron unos años de duro trabajo, pero increíble. Tenía claro que si superaba con éxito mi estancia en la fundación era porque verdaderamente me quería dedicar a la pintura. Ten en cuenta que allí estábamos al 100% para el proyecto. Estábamos sólo para crear. Como un centro de alto rendimiento deportivo, pero para la creación artística.
 

De niña siempre
contestaba lo mismo:
voy a estudiar Bellas Artes

AM: Hace poco veíamos en tus redes sociales que le has regalado un retrato al propio Antonio Gala, ¿qué tal es?
 
VB: Pues tengo una amistad muy bonita con él. Se lo tengo que agradecer todo, por eso lo del retrato. De hecho, mi gran empuje, mi gran salto con mi proyecto de las mujeres y la pintura nació en la propia Fundación.
 
AM: Perdona Virginia, pero tengo que pararme a pensar. Estamos hablando de tantas cosas que parece que hablamos de un periodo muy largo de tu vida, pero lo cierto es que hablamos de muy pocos años. ¿Cómo has conseguido llevar este ritmo en tan poco tiempo?
 
VB: Pues sí, todo ha sido muy rápido. Muchas veces me tengo que parar a pensar de qué año es cada cosa. Nunca pensé que iba a ser todo tan rápido. Antes de empezar en la Fundación me fui al norte de África, después dos veces a la India, más tarde Grecia, toda Europa… mucho en muy poco tiempo.
 
AM: Hablábamos del punto de inflexión de tu paso por la Fundación, pero no podemos obviar tu desembarco en París.
 
VB: Sí. Llegué a través de un amigo instalado allí desde hace unos años. Su galería llevaba tiempo siguiendo mi trabajo. Concertaron una entrevista, y hasta hoy.
 
AM: Y ahora tu vida está divida entre París y tu pequeño retiro en Écija.
 
VB: Estando aquí sí lo siento como un retiro y, aunque sigo el mismo ritmo de trabajo que en Francia, París es muy diferente. La adrenalina que hay allí no la tienes aquí. Por eso venir a Écija sacia mi necesidad de soledad, de tranquilidad, aunque sigo trabajando igual.
 

El carácter matriarcal de mi familia y sus valores han terminado saliendo en mis obras

AM: Ya conocemos más a Virginia Bersabé, pero permíteme que hablemos de tu obra. ¿En qué momento un artista decide, no solamente su estilo, sino también su temática? ¿Cuándo te llegó a ti ese instante tan importante y crucial para cualquier artista?
 
VB: No sabría decirte en qué instante. Porque además es un momento muy difícil en la vida de un pintor.
 
AM: ¿Cómo te llegó?
 
VB: En mi caso fue natural. Estando en la Facultad, mi abuela vivía conmigo. Recuerdo que estaba haciendo muchos retratos de personas de la familia o muy cercanas. De todo ese abanico de personas, no sé por qué, terminé focalizándolo todo en mi abuela y en las mujeres mayores. Era lo que tenía en mi día a día. Supongo que el carácter matriarcal de mi familia y los valores que me han inculcado han terminado saliendo.
 
AM: Y es tu abuela la que termina posando para muchos de tus desnudos.
 
VB: Sí. Fue un proceso largo. Ella se interesaba por mis cuadros, veía los desnudos que hacía en la facultad, me preguntaba. Ten en cuenta que ella venía de una época que ni mi abuelo la había visto desnuda. De esas conversaciones empezamos a crecer las dos. Ella, poco a poco, se fue desnudando, mental y físicamente, conmigo; y yo fui creciendo pictóricamente con ella.
 
A.M.: Ese fue el inicio, pero ¿cómo tu pintura ha evolucionado a lo que es hoy?
 
VB: Nuevamente, gracias a otra mujer de mi familia, mi madre. Su trabajo me acercó a muchas más mujeres mayores, a la enfermedad del Alzheimer.
 
AM: De hecho el Alzheimer y la forma de transmitir el olvido, además de las texturas y el color que consigues en tus obras, son tu seña de identidad.
 
VB: Se puede decir que sí. Yo llego al Alzheimer a través de las mujeres. Y al ver que mis modelos tenían de vez en cuando lapsus en la sesiones, empiezo a trabajar en la memoria. En un momento dado, conozco a una mujer en la residencia de ancianos que padecía esta enfermedad. Comenzamos a hablar y empiezo a unir esa enfermedad con la línea que yo venía trabajando. De repente, vi una conexión. La verdad es que fue muy difícil. No me propuse en ningún momento meter el Alzheimer en la pintura, solo llegó la conexión. Además, llegó justo cuando estaba en la Fundación, en un momento crucial. Fue un giro muy potente para mí. Al principio fue muy duro, muchas veces tenía que soltar el lápiz con mi primera modelo, Margari. No podía. No funcionaba. No entendía qué pasaba con ese cuerpo. Tuve que acercarme más a la modelo, a su familia. Y ése fue el chispazo. En ese momento empezó a fluir. Y a focalizarme más en la piel. Ahí comienzo a cuidar centímetro a centímetro qué es lo que ocurre en ese cuerpo, en esa piel. Pero, como te digo, fue todo muy natural.

 
AM: Tus retratos, tus creaciones, independientemente de mostrar el olvido, la piel y a mujeres mayores, están muy marcados por un aire muy nuestro. Los entornos, la ropa (cuando la hay), todo nos recuerda a Andalucía, a nuestras madres, abuelas… ¿Cómo se recibe todo esto fuera de España?
 
VB: Pues quizás mejor que aquí. Tal vez, porque para nosotros esa escenografía es más familiar, nos parece cotidiana. En Francia he tenido una acogida muy bonita y muy buena. Pero, tanto en el norte de África como en la India, se ha recibido de una manera increíble.

 
AM: Hablando de la India, estás trabajando con mujeres de allí.
 
VB: Sí, llevo con ese proyecto 5 años. Es un trabajo paralelo, pero no lo dejo.
 
AM: No me gustaría terminar la entrevista sin preguntarte por otra faceta tuya. ¿Cómo pasas de los lienzos a pintar cortijos abandonados y grandes edificios?
 
VB: Pues, estando en el bachillerato artístico en Écija, hice un curso de grafiti. Empecé por un retrato y me fue muy bien. Empecé a buscar sitios donde pintar y encontré cortijos abandonados. Probé y vi también una conexión entre las mujeres, la pérdida de la memoria y los cortijos abandonados en el campo. Más recientemente, me llamaron para pintar un edificio muy grande en Córdoba.
 
AM: Y por último, ¿dónde y cómo te ves en los próximos cinco años?
 
VB: ¿En cinco años? (Risas) No lo he pensado. Ahora tengo varias exposiciones individuales en España, Francia y Estados Unidos, y varias colectivas. En los próximos cinco años no lo sé, pero seguro que intentaré estar más presente en Francia, Estados Unidos y países latinoamericanos, donde sé que puedo encontrar un abanico enorme y precioso de colores de piel. La verdad es que, como ves, tengo para rato.   
 

No me propuse en ningún momento meter el Alzheimer en la pintura, solo llegó la conexión