Andrés
Martos Aguilar

Entrevistas
Hace 20 años Andrés comenzó a interpretar las letras que ya conocía, se interesó por la lectura, aprendió a leer y después de tanto tiempo, sigue en su empeño.

Conocía las letras, pero no tuve tiempo para aprender

Son las 10.30 de la mañana. Ha pasado la ola de frío y el sol empieza a calentar lo justo. Nos dirigimos a la biblioteca municipal. Hacía mucho que no la pisábamos. Hace tiempo que no tenemos algo ni siquiera parecido a aquella cartulina con una fotografía de nuestra peor cara de adolescente que llamamos carnet. Aquella credencial que se nos hacía indispensable para sacar cualquier volumen de la vieja, pero encantadora biblioteca ubicada en Peñaflor.
 
Hemos quedado con Andrés, justamente a esta hora. Su sobrina nieta nos advirtió que, a sus 92 años, su paso es tranquilo y sereno, puede que aún no haya llegado, pero nos equivocábamos. Voy acompañado por nuestro fotógrafo quien, cargado con flashes y cámaras, abre la puerta de la todavía hoy nueva biblioteca.
 
Allí, junto al mostrador, encontramos a un señor, bien abrigado, gorra de fieltro y ojos claros. A su lado, una chica joven. Sin duda, Andrés ya nos estaba esperando.
 
Valle es su sobrina nieta y es quien nos presenta. Un segundo de cortesía y buscamos un rincón para charlar, mientras, el fotógrafo, se prepara para la instantánea.
 
Andrés Martos Aguilar nos cuenta que acaba de cumplir 92 años, que lleva más de 20 viudo y que huyó de la soledad y el aburrimiento sumergiéndose en los libros. Esta historia no tendría nada de especial si no fuera porque Andrés no aprendió a leer hasta que cumplió los 70.
 
De tez pálida, sonrisa comedida y ojos azules, su voz sale todo lo clara y alta que sus años se lo permiten. Nos sentamos en una mesa redonda, llena de libros. Andrés no lo piensa y coge uno, lo abre y niega con la cabeza “este no me sirve, tiene las letras muy pequeñas y juntas”. Pero no lo suelta, está claro que se siente cómodo con él.
Abro la conversación con una pregunta directa, y él responde conciso y sin pudor “no aprendí a leer porque no me gustaba la escuela, prefería ir a trabajar y escaparme del colegio cada vez que podía (…) a hacer ladrillos”. Percibo nostalgia y pasión en sus palabras e insisto en el tema. Andrés me hace un resumen de su vida como niño en varios tejares de Écija. Con pelos y señales, propietarios y ubicaciones exactas, tirando de motes, demasiado lejano para mi edad. “El colegio tenía una entrada con una escalera grande, mi madre me llevaba hasta la puerta y esperaba a verme subir. Yo subía y cuando pensaba que se había ido, volvía a bajar y me escapaba al tejar a hacer ladrillos”.
 
Valle nos mira, sus ojos están llenos de ternura cuando observa a su tío abuelo, mitad por orgullo, mitad por protección.
 
Andrés sigue con su historia mientras ve como, alrededor nuestra, se van colocando trípodes y flashes, no les presta atención y nos sigue contando. Ya sabemos que nació en el 25 y que desde los 10, no volvió a pisar la escuela. “Me encantaba hacer ladrillos, iba por los reales que me daba, pero también porque me gustaba”. Y los ladrillos se convirtieron en su vida. De un tejar a otro hasta que tuvo la edad suficiente para montar el suyo. Según Andrés “…En ningún momento necesité aprender a leer, conocía las letras, pero no tuve tiempo para aprender”.
 
Tenemos que parar un rato, Andrés necesita descansar y así aprovechamos para que el fotógrafo haga las primeras pruebas de luces antes de tomar la imagen definitiva.
 
“Enviudé muy pronto, hace casi 30 años, en ese momento mis familiares me animaron a apuntarme a la escuela de adultos y ahí empezó todo”. Posiblemente conociendo la respuesta le pregunto el porqué de asistir a clase después de tantos años, “Por distraerme”. Simple y llanamente.
 
Hace 20 años Andrés comenzó a interpretar las letras que ya conocía, se interesó por la lectura, aprendió a leer y después de tanto tiempo, sigue en su empeño.
 
Afirma que prácticamente lee un libro por semana. Me avergüenzo porque mi constancia lectora no se le acerca ni en broma a la de Andrés. Me atrevo a preguntar por el número de páginas diarias, y vuelve a recordarme que estoy a años luz de él, “entre 50 y 100 páginas al día”, yo insisto con una pregunta entre exclamaciones “¿¡entre 50 y 100 páginas!?” Andrés se disculpa, “hombre a veces estoy más cansado y claro, pueden ser menos”.
 
No tiene autor preferido, ni tema concreto. Le encanta la acción y aunque dice que le gustan los libros con letras grandes y breves, lo cierto es que me vuelve a sorprender afirmando que, del último que está leyendo, lleva más de 400 páginas. Me intereso por saber cuál es, pero se ve que no se deja llevar por los títulos. Sin pudor le pregunta a Valle, quien rápidamente se lo recuerda. Me vuelve a dejar helado al sentenciar “y me faltan 300 páginas más”.
 
Me encantaría seguir charlando con él, preguntarle por los libros que había leído, cuál ha sido su favorito y muchas cosas más. Pero noto que Andrés empieza a estar cansado y aún nos queda hacerle la foto. Mientras preparamos todo, Andrés se queda sentado, en la mesa redonda repleta de libros, con ese ejemplar que ha cogido al azar, uno de los tantos apéndices de Tolkien sobre su Tierra Media, Andrés insiste que ese libro no es para él.
 
Francisco, el fotógrafo, lo coloca, le da varías indicaciones y comienza a disparar. Valle, prudentemente alejada, mira a su tío abuelo con ternura y orgullo. Se siente feliz. Andrés no es mal modelo. Sonrisa sincera y ojos claros, está contento. Antes de despedirlo quiero hacer lo típico en estos casos, pedirle un consejo para los más jóvenes, para que los nos anime a leer más, su respuesta vuelve a ser directa, clara y sencilla “leer entretiene”.
 
Andrés Martos Aguilar acaba de cumplir 92 años, aprendió a leer con 70 y prácticamente lee un libro por semana.
Nunca es tarde si la lectura es buena…