¿PARA QUÉ LA MÚSICA
PROCESIONAL?

Reportajes
“Sólo la música artísticamente acertada será efectiva a la larga. Admitir lo barato, lo trivial, el cliché musical que a menudo se encuentra en los cantos populares con el propósito de conseguir una <<liturgia del momento>> es degradar la liturgia, exponerla al ridículo e invitar al fracaso”
Estas palabras del párrafo 23 de “La Música en el Culto Católico”, texto elaborado en 1983 por la Comisión de Obispos para la Liturgia, sirven como la mejor introducción al tema sobre el que quiero reflexionar en este trabajo: la música en los desfiles procesionales de nuestras hermandades.
 
Probablemente la música que se suele llamar “procesional”, la utilizada en los desfiles procesionales de nuestras hermandades y cofradías, sea, al menos en estas latitudes y especialmente en Cuaresma, de lo más escuchado. Sin embargo, y antagónicamente, constituye un género sobre el que se reflexiona y se conoce poco. ¿Por qué queremos música detrás de un paso? ¿Por qué nuestras Hermandades tienen que emplear una importante partida de sus presupuestos en el acompañamiento musical?

La música es,

esencialmente, un lenguaje, una forma de comunicación que no utiliza palabras para expresar ideas, sino sonidos. Un lenguaje sonoro que dispone de todo un sistema de reglas, como el gramatical, que desgraciadamente no todo el mundo conoce. Contrariamente, en la antigüedad, el conocimiento musical era una parte importante de la formación de cualquier persona, algo esencial que formaba parte de la rutina diaria de, al menos, determinadas clases sociales. La exposición del discurso musical no necesitaba explicación, porque compositor, intérprete y oyentes participaban de una formación común.
 
Por ausencia de conocimientos, por defecto en nuestros sistemas educativos musicales, o simplemente, por comodidad, ignoramos los elementos esenciales que componen el mensaje musical y nos centramos solo en uno, asequible a nuestra sensibilidad y que, por ello, lo consideramos omnicomprensivo del lenguaje musical: la belleza. O, al menos, lo que cada uno considera bello, construyendo el paradigma del conocimiento y la aceptación del lenguaje sonoro solo sobre si nos gusta o no una determinada obra. Así se produce la paradoja de afirmar que entendemos, conocemos y nos gusta la música de J.S. Bach, por ejemplo, un señor que utilizaba peluca, vivió en una realidad social muy lejana a la nuestra, tanto territorial como culturalmente (alemán y luterano), solo porque es agradable y, sin embargo, somos incapaces de escuchar música de compositores actuales que comparten con nosotros cultura e inquietudes sociales, de los que rechazamos sus obras porque no nos gustan, cuando realmente lo que ocurre es que carecemos de los elementos necesarios para comprender su lenguaje.
 
Sólo cuando la música es bella nos gusta, la aceptamos, y hasta disfrutamos de ella. Pero como no conocemos en su integridad el lenguaje musical, no entendemos esa comunicación sonora, no sabemos lo que el compositor nos está diciendo. El análisis queda en determinar si lo que escuchamos es bello o no, si nos gusta o no, pero no lo entendemos. Es algo así como si vamos al teatro a ver una representación en un idioma que no conocemos: podremos apreciar la perfección de la dicción de los actores, el magnífico vestuario o el decorado, incluso suponer la trama, pero no vamos a entender en plenitud el mensaje que el autor nos transmite.
 
Y si esto es ya un problema en el panorama musical, llega a ser peligroso cuando utilizamos el lenguaje sonoro en el ámbito de las distintas manifestaciones religiosas pues, en este caso, no está sólo en juego la comprensión del discurso musical elaborado por el compositor, pues al estar incardinado en el rito, puede distorsionar y pervertir la esencia del mensaje religioso.
 
El auge de los desfiles procesionales hay que buscarlo a raíz del Concilio de Trento, especialmente a partir del siglo XVII, cuando surge la imaginería en torno a las procesiones. La Iglesia ve en este tipo de actos un poderoso instrumento de evangelización y persuasión, en un marco donde el impacto visual de la imagen era más efectivo que la lectura de relatos bíblicos que, por otra parte, era limitada debido a las altas cotas de analfabetismo y a que estaba prohibido traducir los textos sagrados del latín.
 
Al igual que ocurría en el interior de las iglesias y catedrales, cuando se ponen en las calles los misterios de la pasión a modo de altares trasladables por las calles de la ciudad, también se recurre a la interpretación musical, a través de los grupos de ministriles de las distintas iglesias y parroquias, para acercar a los espectadores al espacio de religiosidad al que iban destinadas esas salidas en procesión.
 
Fundamentalmente por influencia de la música militar y la presencia de sus agrupaciones musicales en los desfiles procesionales, aquellas iniciales capillas de ministriles (que perduran con el trio de capilla) se van sustituyendo principalmente por bandas de música que conforman su repertorio con obras clásicas de contenido fúnebre (marcha fúnebre de Chopin, adaptaciones de Beethoven, Schubert y otros) hasta el nacimiento de un subgénero de la marcha fúnebre: la marcha procesional que, a la postre, va a erigirse en género propio, absolutamente independiente y distinto de aquél en el que tuvo su origen.
 
La música, así considerada, sigue teniendo su inicial objetivo: conmover al público, acercar al espectador al clima de religiosidad que representa el misterio que procesiona y llevar un mensaje sonoro del que la imaginería, por su propia esencia, carece.
 
Representación y música se presentan así, como dos elementos de un solo mensaje: el mensaje evangelizador origen de las salidas procesionales.
 
La marcha procesional, como género musical, ha sido cultivado por grandes compositores que han creado auténticas obras de arte en pequeño formato, destinadas al acompañamiento procesional de las distintas hermandades y cofradías, hasta el punto que cuando Igor Stravinski en 1921, visitó la Semana Santa de Sevilla y escuchó Soleá dame la Mano detrás del palio de la Virgen del Refugio comentó “veo lo que escucho y escucho lo que veo”.
 
Con el devenir de los tiempos, sin embargo, todo ha quedado trastocado. Los lógicos límites impuestos a la extensión de este trabajo impiden analizar en profundidad los cambios producidos, la ruptura de la lógica y finalidad especifica de la música en los desfiles procesionales y solo podemos apuntar algunas de las causas que considero más relevantes:
 
· La transmutación del mismo concepto musical del ámbito sensorial a solo elemento rítmico. El acompañamiento musical no se utiliza ya para conmover, para hacer llegar un mensaje, sino para sincronizar el paso de los costaleros que portan las imágenes que, al igual que la música militar, exige un ritmo constante y uniforme para el desfile. Y, ya se sabe, cuando la música se somete a este tipo de finalidades, deja de ser música.
 
· El rechazo a composiciones complejas o con un cierto grado de elaboración armónica y formal. La general falta de formación técnico musical en el oyente, unido a la preponderancia del ritmo antes referida, hace que sólo se apruebe lo simple, lo extremadamente sencillo y pegadizo; lo que no sea necesario analizar, sólo que entre fácil por el oído, sirva para acompasar y sea sencillo de tocar.
 
· El exagerado volumen sonoro exigido a las distintas agrupaciones musicales. La música íntima suave, melodiosa, asociada siempre al ámbito de lo religioso, se sustituye por otra rítmica y ruidosa, donde una amplísima percusión tiene un papel preponderante, provocando, a mi juicio, un efecto ruidoso multiplicador en el público que presencia el desfile que, por lo que escucha, no se siente llamado al recogimiento sino a la algarabía, y responde, a la vez, elevando el tono de sus conversaciones. Sin que ello deba ser considerado como peyorativo para una u otra, lo cierto es que mientras la música suave puede inducir al recogimiento, la concordia y al relax, la otra genera movimiento, entusiasmo y también agresividad.
 
· La aparición del compositor analfabeto. Consecuencia de todo lo anterior y también, por qué no, reflejo del desmedido afán de protagonismo de muchos que hoy se acercan al mundo de las hermandades con el solo ánimo de encontrar un reconocimiento social que le es negado en otros ámbitos, han proliferado determinadas marchitas, en algunos casos con pretensiones grandilocuentes, elaboradas por personas con escasos o incluso nulos conocimientos musicales que no llegan ni a la categoría de cancioncillas fáciles, melodías simples, incluso agradables en algunos casos, pero que carecen de los mínimos elementos estructurales y formales para considerarlas composición musical; y si en el campo de la canción popular pudiera ser aceptado como divertimento, es irreverente ver como una Dolorosa se “mueve” al son de una rumba mal escrita ante unos espectadores enfervorecidos. La expresión de Igor Stravinski antes referida puede sustituirse por la de “el acompañamiento musical ha desaparecido”.
 
· La ralentización de los tempos. Si el ritmo, como he expuesto, se ha colocado en el centro de la hoy pretendida marcha procesional, hasta el punto que si se quiere obtener un éxito seguro basta con colocar un solo de flautín y tambor, la interpretación de la marcha procesional (me refiero a la tradicional de banda de música y acompañamiento a pasos de palio) se ha visto alterada. Si acudimos a grabaciones de finales de los años 50 principios de los 60 del pasado siglo, observamos una cadencia rítmica más viva que la normalmente utilizada en nuestros días para las mismas composiciones (con excepciones es cierto, algunas bandas, muy pocas, que siguen fieles a aquella forma de interpretación). Quizás la causa haya que buscarla en la enorme influencia que los pasos de misterio tienen hoy día -otro tema para tratar en profundidad- y cuyo acompañamiento musical -generalmente a cargo de las denominadas “agrupaciones musicales”- se caracteriza por una cadencia lenta con un acentuado rubato en la percusión cada tres compases.
 
Y por último, lo que me parece más problemático y colofón de la perversión en la que se ha convertido el acompañamiento musical procesional, es el estrellato de algunas agrupaciones musicales hasta el punto que grandes cantidades de personas acuden a los desfiles procesionales con el único fin de escuchar sus interpretaciones, subir grabaciones a la redes sociales, etc… Ignorando por completo el elemento esencial del desfile procesional.
 
Éste es el panorama actual que, mucho me temo, se acrecentará todavía mucho más: el desvalor del mensaje musical o, mejor, la desaparición del intento de expresar cualquier elemento de religiosidad a través del lenguaje sonoro. Por esto es necesario volver a las preguntas formuladas al principio ¿Por qué queremos música detrás de un paso? ¿Por qué nuestras hermandades tienen que emplear importantes partidas económicas en el acompañamiento musical? Las Juntas de Gobierno de las distintas hermandades tienen que dar respuesta a estas preguntas; también la autoridad eclesiástica que debe elaborar unas instrucciones que unifiquen criterios y acaben de una vez, con frivolidades irreverentes. Pero, en uno y otro ámbito, solo será posible si contamos con personas suficientemente formadas en lo musical y en lo espiritual.
 
La comprensión en plenitud de ese auténtico lenguaje, lenguaje de transmisión sonora, su contenido, solo será posible si volvemos a una educación musical completa, donde desde la más temprana infancia la música forme parte de la formación, donde al igual que se enseña a comprender el significado de las palabras se enseñe al niño a conocer el sentido, significados, alcance y posibilidades de los sonidos. En definitiva, a que el lenguaje sonoro sea también un medio natural de expresión.
 
Nunca antes en la historia de la humanidad ha existido la posibilidad de escuchar tal cantidad de música como en nuestro tiempo donde en cualquier momento, en cualquier espacio, suenan fragmentos musicales. Sin embargo, nunca como hoy se ha ignorado tanto el mensaje musical.