Salvador Gutiérrez
ONCE BORDONES

Entrevistas
Hace unos años en un teatro de Sevilla fui testigo de un hecho que me llamó muchísimo la atención. Justo delante de mi localidad, en el patio de butacas, estaba sentado Farruquito con parte de su compañía. Asistían en comanda al espectáculo de La Yerbabuena en la Bienal de ese año y como buenos compañeros comentaban las bondades dancísticas de Eva, la maravilla compositiva y guitarrística de su marido, Paco Jarana, y el ofi cio de los cantaores de la compañía: El Extremeño, Enrique Soto, José Valencia…
 
Entre los comentarios de unos y otros Farruquito permanecía en silencio. El bailaor no quitaba ojo a Salvador Gutiérrez y no tardó en llamar la atención a sus acompañantes con esta contundente apreciación: “No estáis en lo que hay que estar. Os estáis perdiendo a Salvi. Estoy alucinando con el peso que imprime a todo. Sin él, eso no se sostiene”.
¿Habrías sido guitarrista si no hubiese existido la mítica Peña Flamenca Ecijana?
 
A lo mejor la guitarra se podría haber cruzado de otro modo en mi vida… o muy posiblemente no. Recuerdo que mi padre me llevaba y me quedaba extasiado viendo tocar a Manuel de Palma. Luego en mi casa, con una guitarra de la tómbola, le imitaba. Hacía como el que ponía acordes, rasgueaba y empecé a tener cada vez mayor curiosidad. Mis primeras clases fueron en una rondalla del colegio del Carmen, poco después Manuel empezó a dar clases en la Peña y me apunté. Con él aprendí todos los toques.
 
Si yo nací en 1970 estamos hablando de aproximadamente 1980. A la vez, empecé a intervenir en las clases de baile de María Oliveros, con lo que también aprendía sobre baile. Pero hasta los doce años, más o menos, estuve con Manuel, que ya venía de Palma del Río expresamente para darme clases a mí. Le estaré eternamente agradecido por eso.
 
¿Recuerdas tu primera vez en un escenario?
 
Con doce años en Cañada del Rosal acompañé a Juanillo El Canastero.
Después de eso, los cantaores locales me empezaron a llamar, pero yo estaba muy centrado en el aprendizaje. Me montaba en el autobús todas las mañanas y me iba a Sevilla. Me metía en las academias de Matilde Coral y Manolo Marín a aprender el acompañamiento al baile.
 
Estuve también un tiempo con Miguel Pérez, que era un referente, pero hacia 1985 abrió academia en Sevilla el gran Mario Escudero y me fui con él. Mario había sido pareja artística de Sabicas y había vivido mucho tiempo en Estados Unidos. Vino a Sevilla para ser jurado del Giraldillo en 1984 y se quedó en una casa que había comprado en los sesenta. Era un monstruo, pero en Sevilla no lo conocía nadie. Por eso abrió la academia. Recuerdo que me puso “Ímpetu”, su gran obra, unas bulerías que aquí popularizó Paco de Lucía.
 
Y después yo me ponía a estudiar de los discos. En aquellos años se puso muy de moda Manolo Franco y me sabía todas sus cosas, pero también tomé contacto con Rafael Riqueni a través del hijo de Jesús Heredia, que iba de segunda guitarra con él. Fíjate, ahora voy yo.
 
Terminaste siendo muy importante para el baile. ¿Decidiste especializarte o sabías que eras bueno en eso?
 
Bueno, es la experiencia la que te hace especializarte. Tocar para el baile te da mucho sentido del ritmo, te da también mucha capacidad a la hora de componer.
 
Con quince años gané el I Concurso de Acompañamiento al Cante de la Federación de Peñas, pero en un homenaje que le dieron a Mario Maya en Palma del Río le hablaron de mí y entré en su compañía. Sería en 1991, más o menos, y aquello fue ya definitivo. Hice con el maestro “Amargo” “El amor brujo” y “Tres movimientos flamencos”. Recorrí el mundo a su lado y esa fue mi universidad.
 
Aprendí todo lo que hay que saber sobre lenguaje escénico, los secretos para montar una buena coreografía, a vestirme de artista, a valorar la importancia de las luces, a respetar al público… Mario era espectacular pero también muy exigente. Incluso nos multaba si nos poníamos, por ejemplo, los zapatos de calle para el espectáculo.
¿Cuantos tipos de miedos puede llegar a tener un artista?
 
De este tema podría escribirte una tesis. A vencer al miedo no te enseña nadie; yo llevo toda mi vida luchando con ello. Y todo tiene que ver con esa educación a la antigua usanza que nos pilló a los de mi generación, porque esos miedos de los que te hablo la juventud de hoy no los tiene.
 
Antes se educaba sin potenciar lo positivo y solo se recriminaba lo que estaba mal hecho. El padre de Paco de Lucía, sin ir tan lejos, tan estricto, tan exigente, provocó que ni el propio Paco fuese capaz de ser generoso consigo mismo, cuando era un genio.
 
Mi padre también me exigía muchísimo y solo me decía lo que estaba mal. Hasta que yo un día le pregunté qué pasaba con lo que estaba bien… Él lo hacía por mí, igual que el resto de padres de otros compañeros que, al igual que el mío, se mataron por que saliéramos adelante; todo hay que decirlo. Pero he pasado una época mala de inseguridades de la que he salido hace muy poco tiempo, porque un día vi que los músicos de jazz salían al escenario sonriendo. Se subían a disfrutar de su música, a hacer feliz al público y no a pasar un mal rato. Pero en definitiva tienes que ser tú mismo quien se convenza.
 
Esos miedos deben ser fatales para alguien que tiene inquietudes compositivas.
 
Desde casi mis inicios he compuesto cosas, pero las iba desechando porque me parecían horrorosas. Y en realidad lo eran, porque estaba empezando prácticamente. La faceta compositiva tienes que ir desarrollándola a la vez que la personalidad. Componemos como somos, pero hay que ponerse. En mi caso soy muy exigente conmigo mismo por los miedos propios de esa educación, e incluso ahora me cuesta mucho que me guste algo propio. Pero también pienso que la perfección no existe: hay que ir haciendo, depurando y cuando se analiza y crees que la obra está a buen nivel, ya no se toca más. También influye el estado de ánimo.
Siempre se puede mejorar todo porque además las posibilidades son muchas, pero cuando el estado de ánimo no es bueno no beneficia. Ante esto siempre me digo que tengo la posibilidad de plasmar mis sentimientos en una composición musical. Y eso es un privilegio.
 
¿Todo esto te ha frenado a la hora de grabar un disco como concertista? Hay muchos compañeros artistas y aficionados que te lo piden.
 
Lo sé. Pero grabar un disco de guitarra solista como yo quiero es muy complicado. Si quieres hacer un disco de guitarra tienes que saber componer solo para guitarra y que en directo sea un fiel reflejo del disco. Si te soy sincero esa necesidad de tener en la calle un disco como solista nunca la he tenido. Ahora sí. Ahora tengo muchísima música y las herramientas necesarias para hacer que estas composiciones propias se conviertan en obras.
 
Me he dado cuenta de todo esto cuando he tenido que hacer piezas mías en algún intermedio, o incluso algún recital en solitario. Es verdad que tengo que hilar bien, ser preciso con las estructuras, el minutaje, pero la base de todo está ahí y cada vez lo tengo más claro.
 
¿Cuánto ayuda conocer mundo?
 
Muchísimo. Antes de entrar con Mario Maya había hecho muchas cosas por toda España y había viajado alguna vez a Alemania. Pero en 1992 hice mi primer viaje a Japón y desde entonces he ido tantas veces que he perdido la cuenta. Mira, con la compañía de Mario llegamos a Macao… el viaje más largo de mi vida. Por primera vez veían lo que era el flamenco y fue una experiencia asombrosa. América la conozco bastante bien y Francia y Holanda, donde los viajes son constantes.
 
Ten en cuenta que han sido muchos años sin parar, con La Yerbabuena sobre todo, pero también con Joaquín Cortés, María Pagés, Manuela Carrasco, Rafael Amargo, Belén Maya, El Mistela, Israel Galván, Andrés Marín… Ver otras culturas te abre mucho la mente a nivel personal y artístico. Y la relación con otras músicas para mí ha sido fundamental.

«Ver otras culturas te abre mucho la mente a nivel personal y artístico.
Y la relación con otras músicas para mí ha sido fundamental».

Últimamente te vemos acompañando al cante con más asiduidad ¿Lo echabas de menos?
 
Cuando dejé de trabajar en la compañía de La Yerbabuena decidí volver al acompañamiento al cante, aunque realmente era algo que nunca había dejado de hacer, para Segundo Falcón, Arcángel, José Valencia, Marina Heredia…
 
A partir de 1999 estuve varios años de gira con José Mercé y al lado de un genio como Moraíto, del que aprendí muchísimo. Así que no me lo pensé. Tenía también la experiencia de haber acompañado siendo un chaval a figuras como la Niña de la Puebla o Chocolate, que me dio una de las lecciones más importantes de mi vida y que me sirvió muchísimo. Cuando me vio tan niño, con dieciséis años, no se fiaba. Pero tampoco había más guitarristas esa noche, así que me fue indicando casi gráficamente como tenía que tocarle: “Cuando empiece por seguiriyas me haces el rajeo de Melchor, después una falsetita cortita. Y por soleá, entre medias de una letra y otra, cositas para motivarme”.
 
En todos los años en las compañías he coincido con maestros como Enrique Soto, de los Sordera, que ha sido como un hermano mayor. Él me ayudó mucho a entender que cualquiera puede ser el mejor en un momento dado si tiene el día, el momento. Y estos últimos años con Carmen Linares han sido estupendos. Carmen es una señora en todos los sentidos, una maestra con la que aprendes a trabajar en equipo, a respetar y a crecer como músico de una manera exponencial
 
Llevas muchos años viviendo en Sevilla, aunque vienes muy de vez en cuando a visitar a la familia. ¿Qué queda de Écija en Salvador Gutiérrez?
 
Es verdad que no estoy muy lejos porque en cincuenta minutos me planto aquí. Cuando valoras realmente tu tierra es cuando cruzas el charco. Ahí caes en la cuenta de que ya no tardas cincuenta minutos y que volverte si lo deseas es más complicado. Es cuando lo valoras todo en su justa medida: la familia, las amistades y tu tierra. La de verdad.
 
Yo me siento muy ecijano y presumo de ello donde esté porque es una forma de estar fuera. Y cuanto más lejos estas, más lo dices. De hecho, los títulos de mi disco tienen que ver con Écija. La minera se llama “El Arroyo”, la calle donde vivía mi abuela. Las alegrías “Plaza de Colón”, que es parte de mi barrio. Como “El Andén”, la rondeña, que está inspirada en la caseta de la antigua estación de trenes donde ahora está la Policía Local. El guarda era el padre de un amigo del colegio y pasé en esa zona muchas horas jugando. Y “Once Bordones”, la soleá, que hace referencia a las once torres y fue un piropo que me echó José de la Tomasa acompañándole en una peña de Sevilla. Me siento muy querido, voy por la calle y la gente me saluda y me dicen que me siguen y me ven en la tele. De alguna manera tenía que saldar esa deuda con mi ciudad.
Por Chemi López.
Musicólogo y productor.
Fotografías
Félix Vázquez .